Y aquella nube, sí, la blanca y hermosa nube, se volvió negra y opacó el cielo, mientras poco a poco todas hacían lo mismo. Y el sol ya no podía brillar más, y la nube ya no era blanca ni hermosa, y el cielo estaba oscuro, y la ciudad entristecía al mirarlo, y las nubes se negaban a mojarla, y contenían su suave llanto, y se llenaban de más y más dolor.
Y fue el sol quien les rogó que dejaran escapar la tristeza, que la ciudad prefería que ser mojada que opacada, que acumular la lluvia no serviría de nada.
Sólo entonces pude llorar.