Al despertar no estaba en mi pieza. Era un lugar desconocido, pero a la vez increíblemente familiar. Los colores de mi sueño se habían ido, y ahora llegaba a los de la vida real, porque finalmente, uno está vivo.
Me levanté haciendo caso omiso a las flores que me invitaban a quedarme ahí. Sentía el sonido de un río, el susurro de las hojas, y a lo lejos, música.
Sólo recuerdo que comencé a seguirla.